El país del millón de dioses que no deja indiferente a nadie

Como buen destino extremo, La India no deja indiferente a nadie; es un país que o bien crea rechazo desde el primer momento o cautiva e hipnotiza hasta el punto de crear una cierta adicción.

La India es pasión por la vida en estado puro, emociones a flor de piel; es color, el de los saris, el de la tierra de sus desiertos, el de sus bosques, montañas y ríos; es el olor a especias de sus comidas, de sus templos, de la lluvia del monzón; es el sabor de sus curries, de los dulces callejeros, de los lassies y del dal; es ver la felicidad en las cosas sencillas, la espiritualidad en cada rincón, es ir más allá de la globalización que nos anestesia a todos manteniendo la esencia de una cultura y una forma de ser y de hacer las cosas.

De norte a sur y de este a oeste cada estado difiere del vecino y cuenta con entidad y personalidad propia; los estados del norte en las zonas montañosas, ideales durante nuestro verano, desde Jammu o Cachemira al budista Ladakh, pasando por Himachal Pradesh, Uttarakhand con Rishikesh como cuna internacional del yoga, el Punjab y el famoso Templo de Oro de los Sikhs, Sikkim o Assam más al este.

Los estados más clásicos como el Rajasthan con sus impresionantes fuertes y zonas de sobra conocidas como el triángulo de Oro que incluye también a Delhi, la capital y el famoso e imprescindible Taj Mahal en la ciudad de Agra; los templos eróticos de Khajuraho, también Patrimonio de la Humanidad por la Unesco o la mágica Varanasi (Benarés) y el Ganges a su paso.

Maharashtra con la cosmopolita Bombay o las cuevas de Ajanta y Ellora y la exótica Orissa y sus tribus nos llevan hasta la mitad sur de este enorme país y a otro mundo singular como son los estados de Karnataka, Tamil Nadu con sus templos dravidianos y la siempre relajante Kerala con sus brazos de agua y verdes palmeras.

¡Bienvenidos a la India!